Diario de Yucatan

¿Es malo tener aspiraciones?

RICARDO ALBERTO GUTIÉRREZ LÓPEZ (*) leconser@yahoo.com

Recientemente el presidente hizo una serie de desafortunados comentarios en los cuales acusa a los miembros de clase media de ser “aspiracionistas” y creer en la corrupción. Tal como reza uno de los más conocidos dichos de nuestro refranero popular: “el que no transa no avanza”.

De una manera muy visceral, también acusa a la clase media de ser egoísta por querer progresar a costa de lo que sea.

Las aspiraciones son conductas inherentes al ser humano. Sin embargo, ello se vuelve discutible cuando no importa el transgredir los límites de la ética y la legalidad en ese afán de obtener las cosas que suponemos merecer. Es reprobable cuando una persona consigue algo despojando a alguien más.

Pero esta conducta no es exclusiva de una clase social. Todos nos veremos en alguna ocasión tentados a violar nuestra integridad moral con tal de conseguir algo. Por ejemplo, es alarmante el gran número de jóvenes que son seducidos por el espejismo del dinero fácil que supone el ingresar al mundo del narcotráfico en el país. Son jóvenes que prefieren dedicarse a la venta ilegal de drogas persiguiendo obtener con ello una vida llena de lujos.

Empero, el error de cálculo en este plan es que con una desgarradora frecuencia estos jóvenes que prefieren tomar dicho camino por considerarlo el más fácil frecuentemente se encuentran con una muerte prematura y generalmente, violenta.

Otro ejemplo que viene a mi memoria es el caso de John Delorean, creador del famoso auto insignia de la trilogía cinematográfica “Volver al futuro”, quien en un acto desesperado y ante una inminente bancarrota, decide involucrarse en el narcotráfico, razón por la cual fue arrestado en 1982 llevando consigo un maletín lleno de droga con un valor aproximado de un millón de dólares.

El particular caso de John Delorean y la cruda realidad que se vive en nuestro país con respecto al mundo de la droga son solo un par de casos que nos enseñan cuándo una aspiración se convierte en ilegítima, en una manera egoísta e ilícita de obtener lo que se desea sin importar los medios o quién resulte afectado.

El caso es que el líder de la nación acusó a una clase social de ser aspiracionista. Pero, suponiendo que esta fuera una realidad ineludible, ¿es malo que las personas posean aspiraciones? Por supuesto que no, todos las tenemos. Algunos aspiran a tener un mejor auto, dejar de rentar una casa para vivir en una propia, obtener un mejor empleo, etc. Las aspiraciones trascienden a todas las escalas sociales sin distinción. El problema, definitivamente, no reside en aspirar a conseguir algo, sino en rebasar los límites de la ética y la legalidad para conseguirlo. Yéndonos al otro extremo, el conformarse, el resignarse a no luchar por mejorar, el aceptar una serie de circunstancias por considerarlas insalvables, es algo dañino para el desarrollo de cualquier individuo. Ya que desiste de explorar sus posibilidades en aras de un conformismo que según parece, nos quieren vender como parte de una nueva normalidad. ¡Rebelémonos a ello!

Para ilustrar a lo que me refiero me gustaría contar la siguiente historia:

“Un sabio maestro recorría el país con su discípulo enseñándole. En su recorrido llegaron a un lugar muy pobre en el que los habitantes vestían ropas sucias, rasgadas y andaban descalzos. Se aproximaron a un señor y el maestro le preguntó: ¿cómo hacen usted y su familia para sobrevivir?

“El hombre respondió: amigo mío, nosotros tenemos una vaquita que nos da varios litros de leche todos los días. Parte de la leche la vendemos o la cambiamos por otros alimentos en la ciudad vecina y con la restante elaboramos queso, cuajada y otros productos para nuestro consumo. Así es como sobrevivimos.

“El maestro después de este diálogo siguió su camino junto con su discípulo. Inquieto, éste pregunta a su maestro: ¿cómo podemos ayudar a esta familia para que salga de su pobreza? El maestro permanecía callado a pesar de las insistencias de su pupilo. Finalmente el maestro le dice: regresa ¡Busca la vaquita, llévala al precipicio y empújala!

“El joven discípulo lo miró espantado y le replicó que ese animal era el medio de subsistencia de la familia. El maestro no dijo más y el discípulo regresó y cumplió con lo que el maestro le dijo. Empujó a la vaquita al barranco, y la vio morir. Aquella escena quedó grabada en su memoria, atormentado por la culpa.

“Al cabo de unos años decide abandonar al maestro y regresar a aquel lugar para contarle lo que había hecho a la familia y pedirles perdón. Al llegar al lugar, se sorprendió lo cambiado que estaba.

“A diferencia de la pobreza que había visto tiempo atrás, se percibía una prosperidad, evidente en las casas y sembradíos muy bien cuidados. Entristecido, imaginó que a consecuencia de su acto, aquella pobre familia se había visto en la necesidad de vender su terreno para sobrevivir.

“Cuál sería su sorpresa al percatarse de que se trataba de la misma familia; la que había visitado años atrás junto con su maestro. Intrigado, se dirigió al padre de familia diciéndole: conocí este lugar hace años y estaba en la pobreza absoluta pero veo que hoy el panorama es muy diferente ¿Qué pasó?

“Emocionado, el hombre le respondió: nosotros teníamos una vaquita que cayó por el precipicio y murió. De ahí en adelante nos vimos en la necesidad de hacer otras cosas y desarrollar otras habilidades que no sabíamos que teníamos; así alcanzamos el éxito que sus ojos ven ahora. La vaquita nos hacía conformarnos sin querer aspirar a algo mejor”.

La historia de la vaquita ilustra muy bien lo que vivimos. Frecuentemente nos aferramos a realidades que nos hacen caer en el conformismo impidiéndonos ser conscientes de nuestras capacidades, limitando por decisión propia nuestras posibilidades.

La vaquita, con su imprevisto sacrificio, despertó la mente de aquella familia que vivía en la precariedad y el conformismo. Los impulsó a buscar otras opciones. Los hizo luchar, buscar nuevos horizontes y lograr ser mejores.

El verdadero problema nunca es aspirar a mejorar, en cambio sí lo es el conformarse; reprimir el llamado de nuestras almas para buscar alternativas de superación. Malo es caer en la desidia de no atrevernos a mejorar, a darlo todo incluida la vida misma, por aquello que anhelamos. Por eso que nos hace vivir.— Mérida, Yucatán.

————— (*) Exdiputado y expresidente del Congreso del Estado

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2021-06-22T07:00:00.0000000Z

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