Diario de Yucatan

Caudaloso río de Paco Marín

JORGE H. ALVAREZ RENDÓ N (*)

Las vidas, todas las vidas, como los ríos, corren con sus caudas hacia el mar.

Y este mar, color de la esperanza o del vino, es el morir. Así lo confesó el poeta español hace seis siglos.

Cada día, un río finaliza su carrera, desemboca y se apaga. Ríos pequeños y mayores, ríos silentes o sonorosos. Extensos, benéficos ríos. Breves, sencillos, algunos otros.

Un río intenso, caudaloso, creador de altas espumas, henchido de minerales y fértiles musgos, ha desembocado en su mar hace unas horas.

Nosotros, como millones antes, quisiéramos aventar un ancla salvadora en esas olas y tratar de asir sus manos, recuperarlo del abismo, darle nuevos cauces a su río, salvar para nuestro egoísmo su presencia.

Nos queda solamente el asidero gentil de su memoria. Reunir, una por una, todas las piezas del alfabeto de actitudes y palabras que lo hacían único e identificable, actor henchido de trasfondos, vigilante director sobre la escena, amigo en las buenas y las malas.

Francisco, Paco, Paquito, Pacorro…

Cuando lo conocí, en la escuela de Bellas Artes, recién desempacado de la gran metrópoli, quería montar los monólogos de la monja portuguesa. Textos de una crudeza insólita en la ciudad de entonces y empresa no viable. Poco después le vi una farsa flexible como el mimbre, con el alocado ritmo de los delirios juveniles, aunque algo dolorosa. El pobre Mínimo, ojos grandes, brazos desposeídos de malicia, quería saber, saber...

En sus manos, los actores aprendían y perseveraban en la idea de su misión como de asombro, acto de comunicación iluminativa, para tratar de obtener del espectador no solo aplausos, sino su adhesión a la verdadera comunidad, donde el lenguaje recobra la memoria contra los prejuicios, la falsedad y la —————

(*) Cronista de Mérida injusticia.

Nos viene después la nostalgia de “Orinoco”, con aquel barquichuelo al garete en el que viajan dos almas que el azar bautiza con el coraje necesario para afrontar rotundas certezas justo antes de desembocar en su propio mar. Paco, invisible en el timón; pendiente de cada personaje, sus cicatrices y sus dones, matizando las risas y las congojas de los parlamentos.

Teatro helénico o contemporáneo, el ateniense Eurípides, un victoriano inglés como Wilde o el sarcástico Moliere, a cada cual lo colocaba a la vista, en la intemperie de su veracidad actual, acallado el paso de los siglos. Tal era su exacta, meditada investigación de las posibilidades de textos para la existencia en curso.

“En sus manos, los actores aprendían y perseveraban en la idea de su misión como de asombro, acto de comunicación iluminativa...”

A él se debió la valoración del Lorca dramático entre nosotros. Sus farsas y dramas nos fueron dadas con sumo cuidado. Desde el intenso martirio de “Yerma” hasta el fantasear de “Así que pasen cinco años” y “La zapatera prodigiosa”. Al granadino le resaltaba todos sus atributos de alucinación y arrebato, jamás detenido en el folklore o el estereotipo.

Todavía vemos las orillas, las queridas márgenes, pero ahí vamos todos, Paco, en el mismo río, en idénticas aguas, sinuosas vueltas, cambios de ritmo y volubles brazas, hacia el mar inevitable.

Entretanto, quienes fueron tus alumnos, tus actores de Tinglado o Caballo azul, tus amigos de siempre, harán lo posible porque tu nombre se mantenga ejemplar y dignamente donde le luz te unja y lleguen los aplausos.

Paco, Paquito, Pacorro… Francisco Marín.

CULTURA

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2022-01-20T08:00:00.0000000Z

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